Haber abandonado el hábito de escribir no es lo que más me puede llegar a preocupar, sino el hecho de haber ignorado una necesidad que es tan básica como el amar (que no es lo mismo que sentirse enamorado). Yo amo todos los días, cuando me levanto, cuando me ducho, cuando me miro al espejo, cuando salgo en medio del calor de una Buenos Aires que cada verano me recuerda que el verano anterior prometí pasar el próximo verano "en invierno". Amo cuando me enojo, cuando me calmo, amo cuando lloro, cuando me rio (con una risa que hoy me di cuenta que suena muy graciosa y rara, pero también amo mi risa). Amo cuando me voy a dormir, y amo cuando me pongo a escribir.
Entonces es momento de amar, y de escribir, y de volver a sentirme libre de que no me importe, de amar leerme, de amarme, y de renacer... como el ave fenix (con todo y hasta el rojo)