Es difícil (por no decir imposible) saber lo que puede pasar en la cabeza de otro entre las sabanas. Podemos saber que nos pasa en el cuerpo, en contacto con otra piel, con otro aliento. Leer señales, casi instintivas y animales, que salen de lo más profundo del cuerpo. Pero la mente, es un tema aparte. Que pasa por la cabeza de otro mientras te mira con los ojos fijos, mientras recorre con sus dedos tu boca, tu pecho.
Es difícil entendernos entre secos opuestos, porque pensamos distintas cosas, distintas formas, tenemos la atención (y la tensión) puesta en lugares diferentes. Fingimos, simulamos, disimulamos, apreciamos y nos entregamos de formas distintas en cada momento.
Si hacemos una encuesta a cada hombre, mujer, adolescente, anciano, persona, sobre que piensa cuando tiene sexo, seguramente obtenemos mil respuestas distintas. Incluso si le preguntamos a la misma persona en momentos distintos de su vida, nos va a dar respuestas diferentes, incluso contradictorias.
No, no es que seamos todos anormales, ni poco consecuentes, aunque seguro algo de eso también hay. Solo nos cuesta pensar en que pensamos en ese momento tan poco pensable. Entre sabanas no pensamos, solamente vivimos, actuamos, amamos. y cuando tenemos que pensar, es porque algo no fluye, algo está trunco y no nos deja accionar, algo nos frena, nos inhibe, nuestra parte más humana y racional sale a luz en el lugar menos racional.
Una vez, una tía mía, bastante mayor, me dijo sorprendida que había escuchado a un neurólogo decir que el amor no provenía del corazón, sino del cerebro. Claro que si, todo proviene de las sinapsis neuronales, pensé yo. Mi tía era muy mayor para comprender algo tan científico. Sin embargo una frase me quedó resonando, como esas cosas que se entienden mucho tiempo después de escucharlas, pero que por algo las recordamos. No por la simple anécdota , sino por la fuerza y contundencia sensorial que nos genera. "El amor no puede venir del cerebro, porque se siente en el pecho"...
Lo más irracionalmente racional que alguien puede decir, la más cruda verdad, que desafía toda ciencia y lógica. El amor se siente en el pecho, en los huesos, en la piel, en los dedos, en las sábanas.
Es irracional.
Cómo pretendemos entender, o siquiera acercarnos a dilucidar, que piensa el otro cuando está enroscado con nosotros en las sabanas, que pasa por su cerebro? Si en realidad, todo eso pasa por otras partes de su cuerpo (y del nuestro).
De dónde viene esa necesidad de negar lo irracional del sexo, el amor, las ganas locas de besar, o de esas ganas locas en la mañana de no despegarnos, o al contrario, de no sentir nada más, y solo irnos cada uno por su lado?
Y después de mucho discutir con mi cerebro, racional y lógico, llegamos a un acuerdo. No intentar explicarlo, simplemente aprovecharlo.
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