jueves, 26 de noviembre de 2009

despertador

Domingo 20 de enero de…. El despertador por primera vez en dos años no sonó.


El aire caluroso del verano en el sur del nuevo mundo entraba por las rendijas de la persiana entre abierta, con ese olor a tierra seca y años de soledad.

Se despertó pasadas las 11 de la mañana. En el medio de la habitación vacía de recuerdos y esperanzas, igual que años atrás cuando dejó de tener sentido despertarse.

El domingo era el día que mas odiaba, no podía concebir la vacuidad del ultimo y primer día de la semana, eso no podía concebir, que fuese el último y el primero, no podía entender que su semana terminara y empezara igual de triste y solitaria.

Ese domingo era diferente, el despertador no sonó…

Desde la cama se preguntaba que había pasado, el fiel despertador que hacia parecer que el domingo tenia sentido de ser, no había sonado.

Todos los domingos se despertaba a las 7.30, se quedaba en la cama media hora más, dando vueltas (como todos los días), cuando por fin se levantaba, se iba a dar una ducha, desayunaba ese insípido café con 2 cucharadas de azúcar, y esa tostada en el punto justo con mermelada de durazno. Se ponía el mismo pantalón y la misma remera color naranja, sus zapatos y se sentaba en el escritorio, escribía, leía, repasaba apuntes viejos, no miraba la televisión ni escuchaba la radio, descolgaba el teléfono, y pasaban las horas.

Pero algo estaba mal ese domingo, el despertador no había sonado, no se había despertado temprano, no se había duchado, ni comido su tostada, no se había quedado media hora dando vueltas en la cama, no había desconectado sus teléfonos, no se había vestido, no había dejado de ser domingo.

Estaba en la cama, y miraba el techo, algo extraño tenía ese día, la habitación parecía otra, más luminosa, más grande, más vacía, muchísimo más solitaria. Se miró a si misma, estaba acostada en el costado derecho de la cama, por primera vez desde que el se había ido, estaba en su lado de la cama, el lado que había adoptado cuando dormían juntos, el lado que menos le gustaba, el más incomodo, el que siempre daba el sol, el lado que solo usaba porque el quería dormir del otro. Y por él hubiese dado todo.

Miro su cuerpo, estaba desnudo. En otro momentos su cuerpo sin ropa no hubiese sido de mayo importancia, amaba dormir desnuda, sentía esa libertad que no se le permitía en la calle, en su cama era tan ella como quería serlo. Pero esa mañana de domingo no podía estar desnuda, no podía haberse despertado en el lado derecho de la cama, no podía no haber sonado el despertador y peor aun, no podía sentirte más triste.

Fue ahí cuando se percató de la lagrima que caía por su mejilla, era su propia lágrima, y sus ojos estaban inundados, y su cuerpo contraído, sus manos frías, y la habitación vacía.

Intentó levantarse, moverse, dejar de pensar, continuar su domingo aburrido, como todos los domingos, hacer de cuenta que el despertador si había sonado, que se había despertado del lado izquierdo de la cama, que estaba vestida, que no tenía frío, que no sentía ganas de llorar, que no se sentía vacía, sola, que no sentía el domingo. Quería cerrar los ojos, quería gritar, lloraba cada vez más y en la casa los ruidos empezaron a sonar, pasos desde la pasillo cada vez más fuertes, y la puerta se abrió bruscamente.

Y la calma…



Sonó el despertador,
etaba en mi cama,
desnuda,
a la izquierda,
7.30
Otra vez domingo...

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